por Christian Wiener Fresco
En los años ochenta y parte de los noventa, cuando el
negocio de las salas de cine comenzó a declinar rápidamente en el Perú, el deterioro de la
calidad de las proyecciones fue uno de los factores fundamentales que alejó al
público, debido a la antigüedad y falta de mantenimiento de los aparatos de
proyección, así como al “ahorro” de la combustión de los filamentos de carbón
usados para dar luz a los equipos de exhibición de películas. Esa fue también una
de las varias razones que llevaron al público a cuestionar al cine peruano
acogido a la exhibición obligatoria –y por tanto resistido por exhibidores y
distribuidores- , tanto de corto como largometraje, por una supuesta mala
fotografía (que en no pocos casos era mala proyección) a lo que se añadía problemas
de sonido, que también en gran parte se debían a los deficientes equipos de
audio de las salas, incluso de estreno.
Estas innovaciones y “look” importado, que coincidían con el
aire de modernidad y consumismo finisecular, explica el éxito de los nuevos
complejos de salas, recuperando a un público que había desertado masivamente, y
ganando a nuevos adeptos al cine hollywoodense, mayoritario cuando no
exclusivo, en especial con experiencias como el sonido surround o el 3D. Lo que
se tradujo en pingues ganancias para este negocio, que parecía hace poco años
al borde de la desaparición, y a pesar de la competencia desleal de la piratería,
fue ampliándo su cobertura de sectores altos y mesocráticos a populares, y
luego fuera de Lima, en las principales ciudades de provincias, que había estado
privadas de acceder a los estrenos fílmicos por quince a veinte años.
El Digital
Sin embargo, desde el año 2010 las salas de cine requieren,
debido a la globalización y su dependencia de la tecnología e insumos exteriores,
reconvertir sus equipos de proyección en celuloide a digitales. El cambio no es
poca cosa, implica una revolución en el formato ya no solo de producción y
postproducción sino exhibición, con películas ya no en rollos de 35 mm sino discos
duros en sistemas Digital Cinema Package (DCP) o similares de 2 y 4k de memoria (cercano al ratio de la
cinta de 35 mm). Para ello se requiere nuevos proyectores bajo los estándares
aprobados por la Digital Cinema Initiatives, (DCI) organizada por los estudios
de Hollywood, y que certifica los equipos digitales aptos para sus películas.
Como el costo de estos equipos son elevados, al tiempo que
los distribuidores disminuían los suyos con la eliminación de las copias en
celuloide, los exhibidores en acuerdo con las grandes distribuidoras agrupadas
en las Major’s de Hollywood establecieron internacionalmente un pago de subsidio que debía ser
asumido por el proveedor de la película estrenada en este formato, denominado
Virtual Print Fee o VPF. Este sobrecosto no es muy significativo para los grandes
distribuidores, porque pueden amortizar el gasto individual por el volumen de
sus producciones estrenadas, pero si para los independientes y nacionales con
mucha menor presencia en el mercado, por lo que significa también una forma
nada sutil de excluirlos.
Con todo, y al presentarse como un pago supuestamente temporal
–ahora se dice que no solo cubriría el valor de compra sino de mantenimiento de
los equipos en el futuro- y, sobretodo, por tratarse de una tecnología que
asegura una gran calidad de imagen y sonido, y sin los desniveles lumínicos ni
desgaste de las cintas por los equipos tradicionales, muchos terminaron
aceptando estas nuevas condiciones para acceder al mercado cinematográfico
comercial. La alternativa era la marginalidad de los circuitos alternativos y
otras ventanas de exhibición.
Pero no contaban con que la tradicional angurria y falta de escrúpulos
de nuestros exhibidores, por ahorrarse unos
dólares en las proyecciones y prolongar la vida de las lámparas de sus equipos
digitales, reduzcan la intensidad luminosa (lumen) con el resultado consiguiente de afectar
la calidad de la visión de las películas en cartelera, en especial las que no
son tan comerciales o no les interesa tanto exhibirlas (como las nacionales no tan
comerciales). No faltara entonces que se vuelva a acusar a esas películas de
baja calidad técnica, cuando de verdad la responsabilidad es de la sala y no de
los productores.
Agréguese a lo
anterior que en algunas salas, por la falta de mantenimiento de los equipos de
sonido se ha traducido en que se pierda buena parte de los detalles y efectos originales,
además de la mala costumbre de pasar mayoritariamente las peliculas dobladas, lo que motiva que no pocos espectadores terminen prefiriendo ver las películas
en su casa en blu-ray de alta definición, antes de asistir a salas no muy baratas que brindan tan
pobre servicio por pura tacañeria.
¿Este es el cine del
futuro que nos prometían destellantes los empresarios cinematográficos? Y a
todo esto ¿quién controla este negocio? Se supone que INDECOPI, pero en todos
estos años de creada no hemos conocido hasta ahora que se atrevan a intervenir
contra la sacrosanta libertad de comercio de estas cadenas, que en ocasiones
como esta se convierte en licencia para el abuso y la estafa de los espectadores
(aunque a algunos fuera de sus porciones
gigantescas de pop corn, no parece importarles nada más). Esa misma pasividad y
peloteo de responsabilidades que estuvo en la raíz de una tragedia como el
incendio de los cines UVK en Larcomar, porque parece que solo reaccionamos
cuando las cosas ya pasaron, y solo queda lamentarse.
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