Por Christian Wiener Fresco
La pandemia del coronavirus Covid19 que abate al planeta significa, además de millones de infectados y miles de muertes en diversos continentes, una brutal crisis de la actividad económica en todos los campos productivos y comerciales, paralizados o semiparalizados
como consecuencia de las rígidas medidas de cuarentena que casi todos los gobiernos se han visto obligados a implementar, aun a regañadientes. Dentro de los sectores fuertemente golpeados, uno de los que se encuentra en más grave situación es el cultural, por su fragilidad intrínseca, incluso en las economías más poderosas, y por requerir del favor del público, que por la naturaleza del contagio de la enfermedad a escasa distancia, va a tener que estar, hasta nuevo aviso, prohibidos de realizar espectáculos o presentaciones con cualquier aforo.
En
el campo audiovisual, y especial en el cinematográfico, el mazazo recibido ha
sido contundente. Las millonarias
pérdidas de Hollywood se miden no solo en las suspensiones y/o cancelaciones de
decenas de estrenos programados con gran antelación, así como de rodajes y
eventos conexos. Todo ello en medio de la competencia con las plataformas
digitales tipos Netflix, que de hecho, con estas circunstancias, ya le ganó la
partida, y tal vez estemos asistiendo al canto de cisne de la forma de
espectáculo cinematográfico que dominó el siglo XX. Pero esta crisis se repite
con igual ferocidad en las cinematografías europeas, asiáticas y
latinoamericanas, desde las más consolidadas a través de una antigua industria,
tipo Argentina, Brasil o México, y las restantes, más precarias, entre las que
se encuentra la peruana.
Al
cine nacional lo toma esta coyuntura en un momento muy particular, luego de la promulgación por el Ejecutivo del Decreto de urgencia de promoción de la actividad cinematográfica y audiovisual peruana, pendiente de aprobación todavía del nuevo Congreso. Esta apuntaba a la ampliación vía presupuestal de
la actividad, incorporando a los productores de un cine “más comercial” con la
posibilidad de poder acceder a empresas que deduzcan parte de su impuesto, y apoyada
en buena parte en las coproducciones, por lo que se redujo y flexibilizó la
participación de artistas y técnicos nacionales.
La
furia del Covid19 por lo menos aplazó esta perspectiva, evidenciado, además de
la débil institucionalidad del sector –con gremios casi
inexistentes fuera del membrete- los graves problemas de fondo de una Ley
impuesta por los funcionarios del Ministerio, y donde no se quiso escuchar
voces alternas. La carencia de una Cinemateca Nacional se ha notado –y como-
cuando en todo el mundo los archivos fílmicos ponían a disposición de las
personas en cuarentena buena parte de su material histórico disponible. Incluso
instituciones de cine, como en Argentina, Colombia o México presentaron
películas financiadas con dinero público, lo que no ha sucedido en el Perú con
la DAFO. Si se ha visto cine peruano en las redes fue por iniciativa individual
y loable de cada cineasta, o copias preexistentes en youtube u otros portales y
plataformas. Esto también pudo tener impacto en los programas de educación a
distancia que viene desarrollando el MINEDU, y donde los cineastas y sus
instituciones, permanecen todavía ausentes, a diferencia, por ejemplo, de los teatristas.
Sin
embargo, y a pesar de las objeciones que en este y otros aspectos se puede
tener con la nueva norma, eso no es óbice para avalar propuestas de echar mano de los 25 millones de soles de estímulos económicos presupuestados este año para la cinematografía (en poco más de un 80%) y otros sectores culturales para paliar la crisis del sector. Es cierto
que hay una lógica y natural desesperación en muchos rubros y actividades de la
cultura, que se vienen movilizando pese a su escasa organicidad, recogiendo
firmas para demandar apoyo del Estado, lo que evidencia además una ineficacia
del Ministerio de Cultura, no solo para salir al frente como han actuado otras
carteras del gobierno, sino incluso para censar a los que forman parte activa
de este campo en todo el país. Pero no se viste un santo desvistiendo a otro, y
tiene que dejar de mirarse a la cultura como el patito feo oficial, que vive de
las migajas del gobierno. Por lo demás, esa cantidad en gasto corriente, si la
medimos en todos los posibles beneficiados, resultaría mínima, y solo para el
corto plazo, cuando lo que se viene es de larga duración.
Es
hora de exigir al gobierno y en especial al MEF que el sector cultura tenga un
trato al mismo nivel e importancia que los otros sectores, y urgente. De lo contrario, estaríamos avalando los prejuicios que se repiten en los medios, incluso en periodistas de espectáculos. Es muy bonito aplaudir sus obras con
acceso gratuito, y cantar en los balcones, mientras se les ningunea y desconoce
que son personas con iguales derechos y necesidades que los demás. En contra de
lo que se afirma por allí, en diversas partes del mundo se están haciendo
rescates al sector, desde los Estados Unidos a Alemania, Francia, España o
Reino Unido, y en América Latina, en Argentina, Colombia y Chile. En México hay
ahora un fuerte debate sobre la posibilidad de recortar drásticamente los
fondos cinematográficos, lo que también podría suceder en el Perú, porque ya
sabemos que en nuestro país lo excepcional se vuelve permanente, en especial
cuando se trata de dinero, y si este año se cede nada garantiza, ni siquiera
una Ley como antes se ha demostrado, que pueda volver a contarse con ese
presupuesto para el cine en el futuro. Recuérdese además que el próximo año hay
elecciones, y muy posiblemente va a estar en el ojo mediático las asignaciones
presupuestales, por lo que no conviene poner en riesgo los recursos que con
mucho esfuerzo los cineastas han logrado obtener estos años.
Lo
que no quita que deben replantearse varios de los concursos inicialmente
previstos por la DAFO para este año ante la nueva situación, por lo menos
durante el período de restricciones que no sabemos hasta cuando se
extenderá. Es el caso de los concursos
para festivales, asistencias a eventos, estrenos, etc. que por el momento
resultan inviables, salvo que se den en la plataforma digital (varios festivales internacionales están apostando a la reconversión, entre ellos Cannes). Espacio que debiera ser priorizado ahora, como el televisivo, para
ampliar la producción y difusión. Por lo demás la producción, que tiene su
propio ritmo, no debe parar, tanto en Lima como las regiones, lo que tendrá un
impacto no solo en los cineastas sino en otras actividades artísticas y de
servicios conexos. Tal vez sería bueno replantear presupuestos y no hacer
tantas convocatorias como en años pasados. Eso sí, y como viene sucediendo en
otros países, para reactivar la producción y el sector es necesario apostar en
este momento a los actores y técnicos peruanos, con condiciones sanitarias, económicas
y de seguridad laboral justas, para que la ley beneficie a todos por igual.
Finalmente,
las crisis son también oportunidades, y es momento de replantearse muchas cosas
con lo que estamos viviendo, empezando por la Ley de Cine ahora que los dogmas
del libre mercado que nos han dominado tantos años están en revisión. Será
motivo para volver a plantearse la cuota de pantalla, ya no solo en las venidas
a menos multisalas, sino en las plataformas digitales, como se viene haciendo
en otras partes del continente, o el tema de no depender del siempre frágil
presupuesto estatal, sino de un fondo realmente autónomo, proveniente de la
propia actividad. Y finalmente contar, por fin, con la Cinemateca peruana, con
mayor razón en momentos que muchas de las actividades programadas para el
Bicentenario terminaran siendo canceladas o postergadas, la posibilidad de
contar con un archivo audiovisual propio debiera ser un imperativo
nacional.
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