miércoles, 2 de octubre de 2013

El valor del cinismo

Por Christian Wiener Fresco

¿Hasta dónde puede envilecerse la televisión en el Perú? Se pensaba que luego de la degradante experiencia fujimorista, con la línea de los canales vendidos al gobierno de turno, y la proliferación de los programas telebasura, no se podía caer más bajo;  pero nos equivocamos, siempre se puede descender más en el amarillaje, la chabacanería y el uso más ruin de un medio de  comunicación.

El mejor ejemplo de lo que decimos es “El valor de la verdad”, el programa de Frecuencia
Latina y conducido por Beto Ortíz, que ya va por su segunda temporada en el aire.


En la primera temporada, como se recordará, el objetivo fue ventilar las intimidades de los anónimos, los aspirantes a los 15 minutos de fama en la vida que decía Andy Warhol, dispuestos a revelar cualquier cosa con tal de alzarse con el premio monetario y la momentánea celebridad pública. Pero quiso el destino que las cosas se salieran del libreto, con el asesinato de una de sus concursantes, que aunque trataron de limpiarse de responsabilidades, igual terminó salpicándolos.

Por esa razón, en la segunda temporada optaron por convocar a personalidades conocidas, lo que incluyó a representantes de lo más impresentable de la clase política (Kenji Fujimori, Rómulo León) en operación de lavado y reencauche de sus trayectorias e imágenes; y luego, a lo más graneado de la farándula limeña, aquella que cotidianamente airea su vida y miserias en la prensa de cincuenta céntimos y los programas de chismes. En estos últimos casos, las “revelaciones” de los invitados al programa actúan como caja de resonancia para nuevos escándalos y comidilla en los medios, que fagocitan de su presencia en las portadas, alimentando las cortinas de humo que alimentan su rating y tiraje.       

Desde el momento que la “verdad” se convierte en un valor y se quiere hacer show con la supuesta sinceridad de la gente, estamos ante un grave problema de inversión de valores, convirtiendo lo que debiera ser un tema de conciencia personal en asunto mercantil, para medir cuanto estas dispuesto a confesar en público con tal de ganarse un dinero extra o reubicarse en el espacio mediático. Nada hay sincero en el formato del programa – como tampoco lo hubo en los “talk shows” de la inefable Laura Bozzo- desde el aparato seudo científico que certifica las respuestas, hasta las motivaciones de los concursantes y obviamente la del conductor, convertido por cuenta propia en gran juez de una verdad que la maneja a discreción.

En realidad, más que la “verdad”, con todo lo discutible que es ese concepto y su alcance, lo que el programa estimula es el valor del cinismo, convertido en santo y seña de una sociedad consumista e individualista que se cree por encima de las reglas de los demás y capaz de transgredirlas porque no cree en ellas. Sin embargo, y como ha sido señalado por Juan Carlos Ubilluz[1], tomando como referencia los textos de Lacan y Zizek,  “el individualismo posmoderno produce una personalidad pendiente de la aprobación de los demás”.

Y claro, en un país que ha procreado a personajes campeones del cinismo y la autocomplacencia narcisista como Montesinos, Fujimori, García, Castañeda y un largo etcétera; no es extraño que la verdad tenga un valor tan degradado y se pueda banalizar para colocarse al precio del mejor postor.

En todo caso, si el show debe continuar, esperamos que en la tercera temporada se presente un verdadera sinceramiento del medio, y que los primeros que empiecen a desfilar por el set sean, aparte del controvertido animador, los ejecutivos y “broadcasters” televisivos, anteriores y actuales, para que nos empiecen a contar toda la verdad de cómo llegaron a controlar los principales medios vendidos a la corrupción.

Tal vez así empezaremos a creer que hay algo de verdad en el negocio de la televisión peruana.             
 



[1] Nuevos súbditos. Cinismo y perversión en la sociedad contemporánea.  Juan Carlos Ubilluz Raygada. Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 2006.  

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