Por
Christian Wiener Fresco
Los medios de comunicación y
periodísticos gustan de calificarse, pomposamente, de “cuarto poder”, en
referencia a su innegable peso social y político, más aún en una sociedad
fragmentada y tan poco institucionalizada como la peruana. Parece sin embargo que ese título no le
bastara a ciertos medios y periodistas, que no dudan en autonombrarse también
en representación de los otros poderes del Estado, léase Ejecutivo, Legislativo
y Judicial.
De esas atribuciones, sin duda, la más
peligrosa es la Judicial, que es cuando los medios se invisten de fiscales y
jueces para acusar, procesar y condenar sin mayores tramites a cualquier
persona, conocida o no, que tiene la poca fortuna de caer bajo sus fauces
carroñeras y su linchamiento mediático.
El último de los casos es el de Eva
Bracamonte, que sin pruebas ni razones más que el odio enfermizo de su hermano,
estimulado por la gran mayoría de los medios televisivos e impresos que lo convirtieron
en uno de sus mimados invitados, terminó purgando carcelería, condenada a 20
años y acusada de ser la presunta autora intelectual del asesinato de su madre.
Sentencia que finalmente fue revertida por la Corte Suprema, ordenando un nuevo
juicio en vez de archivarlo como correspondía, entre otras razones esgrimidas por
el juez, por su “repercusión mediática”.
Otro sonado caso es el de Rosario
Ponce, perseguida y acosada durante años para culparla de la desaparición de su
novio, Ciro Castillo Rojo, en el Colca arequipeño. El padre de la víctima, convertido
en cancerbero implacable de la muchacha, fue el caserito de la prensa de los
diversos colores que alimentaba el morbo con dosis de melodrama, sazonado con
teorías y especulaciones conspirativas, cada una más estrafalaria que otra,
hasta que finalmente la falta de pruebas y el sentido común obligó a la
fiscalía a desestimar la absurda acusación, para desesperación de quien parecía
no tener escrúpulos para usar su tragedia personal, transformándola en
trampolín político.
Estas son las figuras más emblemáticas
que sufrieron en los últimos tiempos el
acoso de la jauría periodística, pero no parecen ser las únicas, ahí están
también, por si no se recuerda, Abencia
Meza y Guiliana Llamoja, entre otras que ilustraron los tabloides con más
avidez y persistencia que en los propios
expedientes policiales y judiciales.
En todos los ejemplos mencionados
coinciden que las sindicadas eran mujeres independientes, desafiantes y de
sexualidad libre, lo que pareció desatar todos los prejuicios y resquemores de
una prensa que se precia de liberal y moderna, pero que en realidad es de moral
conservadora y ultramontana.
Uno se podría preguntar, además,
porque la cacería implacable que descargaron los medios durante tanto tiempo
contra ellas, no se aplica con la misma severidad a los integrantes de la barra
brava, presuntos responsables de la muerte del joven Walter Oyarce en el estadio
Monumental, los efectivos policiales implicados en sospechosas muertes en las
comisarías, o el obispo sospechoso de pedofilia retirado por el Vaticano. Para no hablar de los escándalos en el ámbito
político, donde cada medio destaca lo que le interesa o conviene a sus
fines y odios selectivos, silenciando o
minimizando lo que se relaciona a los políticos de su simpatía.
El asunto de fondo, a fin de cuentas,
es que nadie ha nombrado a los medios y periodistas como los grandes decidores
sobre la inocencia o culpabilidad de la gente en su corte mediática. Nadie les
niega el derecho a investigar, informar y
hacer el seguimiento de los hechos de resonancia pública, pero de allí a montar
campañas de verdadera cacería de brujas, difamando a diestra y siniestra por
ganar más puntos de rating o alzar su tiraje diario, hay la abismal
distancia entre la práctica periodística seria y responsable, o la degradación
del oficio al nivel de la calumnia y la mentira.
Finalmente, si los medios se reclaman
el “cuarto poder”, deberían someterse, como todos los otros poderes, al
permanente escrutinio público, dando cuenta a la ciudadanía de sus acciones y
no, como ahora, valiéndose de argumentos que pretextan una sacrosanta libertad
de prensa, que les permite atacar y difamar honras de manera impune porque
vende y eso, en última instancia, parece ser lo único que importa en los
tiempos que corren.
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