por Christian Wiener*
Se dice, con razón, que
una ley de cine no hace películas. Pero también es cierto que sin una
legislación que promueva la actividad, resulta muy difícil llevarlas a cabo y
estrenarlas, en especial en países de tan poca tradición y desarrollo en la materia como el Perú. Una
buena prueba de ello es lo que da cuenta este libro, pues hasta antes de la
dación del Decreto ley Nº 19327, conocido también como Ley de Fomento de la Industria Cinematográfica, la
producción fílmica en nuestro país era casi un páramo, con algunas honrosas excepciones personales, como el afán
pionero y desusado de Armando Robles Godoy, la vocación de registro cultural andino
de la llamada “Escuela del Cusco” y algún que otro sobreviviente de la época primigenia
y dorada del cine nacional, cuando se pensaba que las películas peruanas eran
capaces de competir en el mercado latinoamericano con los florecientes cines
argentino y mejicano.
Como consecuencia de la norma, se empezaron a
producir películas de cortometraje y largometraje que permitieron la aparición
gradual y experticia profesional de decenas de realizadores, productores,
equipo técnico, además de actores y
actrices, en un país carente de escuelas de cine y de una mínima
infraestructura industrial en este campo. La 19327 facilitó, además, el acceso
del cine peruano a las salas comerciales, tradicionalmente reacias a su
difusión, y que la imágenes del Perú y los peruanos se confronten permanentemente
con su público natural, lo que no estuvo carente de resquemores, pero que logró
convocar en 20 años de vigencia, a un importante y continuo segmento de
espectadores, al punto que no pocas películas acogidas a esta Ley resultaron
grandes sucesos de taquilla en su momento.
La ley fue promulgada por el gobierno militar que
presidía el General Juan Velasco Alvarado, y sobrevivió a los gobiernos del
General Francisco Morales Bermúdez, Fernando Belaúnde Terry, Alan García Pérez
y los dos primeros años de Alberto Fujimori. Su iniciativa correspondió a un
grupo de productores y cineastas, que propusieron al Congreso de 1967 la
aprobación de una ley de promoción al cine nacional; la que por fin se concretó
4 años después, enmarcándose dentro de la política del régimen castrense de
protección a la industria peruana, consolidación de la identidad nacional e
intervención en los medios de comunicación masiva.
Los principales beneficios de esta legislación fue
la creación del sistema de exhibición obligatoria para las películas nacionales de largo y
cortometraje, calificadas por la Comisión de Promoción Cinematográfica
(COPROCI), dependencia formada por representantes de diversas instancias del Estado.
El otro incentivo fue el tributario, con la deducción en todo o en parte del
impuesto de destino municipal a las entradas de cine, en beneficio de las
empresas productoras peruanas, así como exoneraciones para la importación y
exportación de equipos y copias de películas.
Lo que se buscaba era garantizar el acceso de la cinematografía peruana
a un mercado fuertemente dominado por la producción foránea, promoviendo la
formación de nuevos productores, realizadores, técnicos y artistas, y el
establecimiento de una mínima base industrial, con la producción intensiva de cortometrajes.
Por supuesto que el dispositivo legal tuvo también
sus detractores, siendo los principales, las empresas de exhibición y
distribución, las cuales apelaron al entonces vicepresidente de la Motion
Pictures Association (MPAA) –consorcio que reúne a todas las grandes
productoras norteamericanas- para evitar su promulgación, aunque sin mayores
resultados. Su principal objeción fue la “obligatoriedad” de la exhibición, que
consideraban atentatorio a la libertad de comercio, lo que se tradujo en
frecuentes fricciones con las empresas productoras a la hora del estreno. Tal
vez ese sea el origen de la leyenda negra que se tendió sobre la ley, presentándola
como norma proteccionista, contrapuesta a los espectadores, que la rechazaban
masivamente, lo que no fue cierto en la mayoría de los casos.
Es cierto que la 19327 tuvo carencias y limitaciones
propias de su tiempo, y no fue ajena, como otras disposiciones, al uso
aprovechado e inescrupuloso de quienes no le interesaba el cine, buscando hacer
negocio fácil y rentable, especialmente en los primeros años que se contaba con
una COPROCI complaciente y burocrática, sin mayor conocimiento del séptimo arte,
lo que fue cambiando, para bien, al modificarse en años posteriores su
composición. Tampoco se previó que el otrora exitoso negocio del cine,
entretenimiento popular por excelencia, entrara en un grave deterioro en la
década de los años 80, con los apagones, la crisis económica, y el cierre de
salas, que llevaron a reducir significativamente el ingreso para las películas
y la posibilidad de capitalización para seguir produciendo, indispensable en un
mercado carente de fuentes de financiamiento para este fin.
Pero pese a todo, ahí están los resultados numéricos
de la Ley: 1254 películas aprobadas en 20 años por COPROCI, de las cuales el
76% fueron cortometrajes y 4%
largometrajes, producidas por 207 empresas. Y en lo cualitativo, las
decenas de reconocimientos y premios obtenidos por las películas nacionales en
muestras y festivales de todo el mundo, colocando por primera vez el nombre del
Perú en la vitrina de los grandes eventos cinematográficos internacionales.
Todo lo cual se terminó abruptamente en las fiestas navideñas, de 1992, cuando
el gobierno de Alberto Fujimori, con su ministro de Economía Carlos Boloña,
liquidaron de facto la 19327 con el Decreto Ley 25988, denominada Ley de
Racionalización del Sistema Tributario Nacional y de Eliminación de Privilegios
y Sobrecostos, que en su artículo 4, inciso g) derogaba los artículos
principales que habían impulsado la producción y exhibición del cine nacional.
Han pasado cuarenta años de la promulgación del Decreto
Ley 19327, y ya es tiempo suficiente como para avanzar a un juicio más
equilibrado y sereno de cuanto y como influyó esta medida en el desarrollo de
la cinematografía peruana. Para ello, será indispensable recurrir a este libro,
cuyo título, “Cuando el cine era una
fiesta” es casi una profesión de fe y convicción de lo que significaba hacer
películas en esos años heroicos que se construían los cimientos de la
producción nacional, y el público aprendía a reconocerse en sus propias
imágenes y sonidos.
Es gracias a Nelson García Miranda, realizador,
crítico y promotor cinematográfico de larga data, que tenemos a la mano este libro con una
amplia información estadística y fichas minuciosas y reveladoras sobre las películas,
con las empresas y trabajadores que lo hicieron posible, producidas y exhibidas
en el Perú entre los años 1973 y 1992.
Soy testigo del incansable trabajo de Nelson por llevar adelante este
texto desde la segunda mitad de la década de los 80 allá en IPAL, y todos los
avatares que ha debido soportar en todos estos años por materializarlo, con
diversas ofertas y promotores frustrados, más aún cuando era casi tabú hablar
sobre la 19327, y no faltaban cineastas forjados en esos tiempos que preferían
negar su pasado, cuando se creía que la ley posterior, la 26370 dictada por
Fujimori, era la panacea, lo que no fue así, como su desarrollo y aplicación lo
demostró reiteradamente.
Es gracias a la información y aportes de los cineastas e investigadores,
pero sobre todo al trabajo de recopilación de hormiga de Nelson, y su
encomiable paciencia y terquedad para revisar los archivos periodísticos y de
la COPROCI, que el libro se hace a la luz, tras mil y una vicisitudes que
parecen extraídas de una larga saga de “thriller” que, por suerte, esta vez
tuvo un final feliz. Hay que saludar el esfuerzo tesonero del autor, en un país
de abandonos prematuros, y agradecer también la colaboración para este
propósito, entre otros, de Francisco Adrianzén para animar su publicación,
Violeta Nuñez en la corrección, cuidado y edición del material y el Grupo
Chasqui en su publicación. Ojalá que
este libro sea óbice también para recuperar gran parte de las películas
mencionadas, que se encuentran pérdidas, olvidadas o abandonadas a lo largo y
ancho del país, y que resultan tan necesarias para reconstruir nuestra todavía
incipiente memoria audiovisual. Sería el
mejor homenaje para este gran esfuerzo editorial.
* Texto incluido en la introducción del libro "Cuando el cine peruano era una fiesta: la producción de la Ley 19327" de Nelson García Miranda (publicado con el apoyo del grupo Chaski. Lima - 2013).
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