Hace unos días un grupo de congresistas fujimoristas
presentaron un nuevo proyecto de ley sobre cine en el Perú denominado “Ley para el Desarrollo de la Cinematografía y el Audiovisual peruano”, inscrita como el proyecto N° 2987-2017. El asunto no habría pasado de lo anecdótico, porque ya
son varias las propuestas al respecto en el Legislativo, además de la que
presentó el Ejecutivo el año pasado. Lo singular en el texto que encabeza la
presidenta de la Comisión de Cultura y Patrimonio Cultural, María Melgarejo, es
haber incluido, como quien no quiere la cosa, un nada inocente ni casual censura
que hizo saltar las alarmas en el gremio cinematográfico y buena parte de la
sociedad civil.
Nos referimos al comentado artículo cuarto del
proyecto legal que propone
que “(…) Los proyectos
seleccionados no podrán incurrir en apología del terrorismo, se considerará un
aspecto favorable para la selección de los proyectos que no enaltezcan ninguna
forma de abuso, violencia física y/o psicológica u opresión al ser humano“.
Una proposición inaceptable, que pretende instaurar de facto la censura previa
del Estado a los proyectos audiovisuales que sean contrarios al discurso
oficial negacionista bajo acusaciones tan gaseosas y macartistas como las que
esgrimen los fujimoristas “terruqueadores” en los últimos años.
No hay que ser muy perspicaz para
darse cuenta que esta iniciativa no es un exabrupto ni fruto de la casualidad,
sino parte de la ofensiva por reescribir la historia de un solo lado, y
apropiarse de la memoria en la que está empeñada la bancada mayoritaria en el
Congreso, y que ya tuvo otras expresiones como los ataques a los artesanos de
Sarhua, a la obra de teatro ‘La Cautiva’, la película ‘La Casa Rosada’ y más
recientemente a las exposiciones en el LUM y el Museo de la Memoria en
Ayacucho. Al cine peruano hace rato lo tenían en la mira, y no solo por sus
títulos de ficción más conocidos sino por los documentales que han registrado
desde diversos ángulos las huellas aun latentes del conflicto armado interno
que ensangrentó al país en las últimas décadas del siglo XX.
Pero sería ingenuo suponer que
retirado el artículo de marras se aleja la sombra censora. El problema sigue
vivo mientras se mantenga vigente la Ley 30610 sobre delito de apología del terrorismo, aprobada por casi todas las bancadas del Congreso (con excepción dela izquierda) y promulgada por el todavía presidente PPK hace un año. La
determinación de cuando se transgrede la delgada línea que separa la
información de la supuesta justificación del acto terrorista es altamente
subjetiva y con mucho peligro de manipulación, sea de jueces, periodistas o
también jurados. Y como han demostrado sobradamente los fujimoristas y sus
aliados de facto, en este tema ellos siempre irán por más, es decir por mayores
recortes y limitaciones a cualquier tipo de libertad que les resulte incomoda a
su proyecto político.
Los cineastas no pueden seguir
creyendo que son una isla, y que la realidad exterior, social y política, solo los afecta en la
medida que se inmiscuyan con ellos y su ley. Por el contrario, esta
experiencia revela que la aplanadora naranja no tiene escrúpulos en arrasar con
todo, como lo hicieron en los noventa, donde dejaron a los cineastas sin ley. Tal
vez esto deje en claro para muchos escépticos la importancia y necesidad urgente
de la Cinemateca Nacional, dejada de lado de lado por el proyecto del
Ejecutivo, para preservar y difundir nuestra memoria, ahora tan amenazada por
fuerzas oscuras y retardatarias.
Por lo demás, el proyecto 2987 es un despropósito,
mal ensamblado y construido como un Frankenstein de otras propuestas, pero
olvidándose del factor principal, es decir los fondos con que se financiaría
las actividades y concursos, ya que no se habla si estos vendrán del
presupuesto público (y en qué cantidad) o del fondo de la taquilla, como propusieron
en un inicio los cineastas. Y lo peor es que eso se acompaña con la derogatoria
de la 26370, es decir ni siquiera asegura la continuación de los 2008 UIT que el cine peruano recibe por la Ley
actual.
Algunos puntos como las propuestas de
descentralización, los referidos a los porcentajes de profesionales nacionales
para determinar las películas peruanas, o el mínimo de mantenimiento para la
exhibición de las películas peruanas en salas comerciales pueden ser atendibles
para debatirse en un proyecto mayor, e incluso la creación de un Archivo Nacional
Cinematográfico y Audiovisual, pero como una entidad autónoma y no dependiente
del Archivo General de la Nación como figura en el proyecto, lo que es un
absurdo por cuanto esta institución tiene finalidades muy precisas de resguardo
de la memoria oficial documentaria del país, y carece de presupuesto para
asumir una tarea completamente diferente y especializada que en todas partes
del mundo es asumida por una institución dedicada a la materia.
Y el capítulo inicial, que define el
ámbito de la Ley y su objetivo, lleno de conceptos aparentemente altruistas
como “democracia cultural”, “descentralización” e “inclusión”; no se condice sin embargo con su posterior
redacción y los afanes censores y de control, más que de promoción abierta e
independiente que debiera ser el rol del Estado en el campo de la cultura y la
libre expresión.
En fin, un proyecto que revela, faltaba
más, el talante autoritario y desaprensivo conque los fujimoristas manejan las
leyes, en especial en temas de cultura y educación. Y el doble discurso, porque
fue esta misma parlamentaria la que apoyó el proyecto de ley de cine del
Ministerio de Cultura en la Comisión de Cultura el año pasado, aprobándolo con
algunas leves modificaciones. Para no seguir en estos dimes y diretes, que
postergan el presente y futuro del cine peruano, lo mejor sería que se discuta
realmente, de forma abierta y descentralizada, sobre la ley y lo que se
necesita de forma integral, y sin manipulación ni contrabandos de los
políticos. Y asegurando, como principio fundamental, la libertad de crear y
expresar para todos, base de todo arte y comunicación humana.
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