Christian Wiener
Este post culmina un acercamiento
crítico inicial a los Lineamientos de Política Cultural 2013- 2016 publicado recientemente por el Ministerio de
Cultura, y que motivaron los artículos previos Política Cultural y Política de Estado, y En la diversidad está el gusto y el disgusto. Mucho de lo señalado
en estos textos fueron alcanzados durante el intercambio de opiniones sobre el
borrador de los lineamientos en el Ministerio de Cultura el año pasado, y otros
puntos han sido procesados después, con la ventaja de la distancia física y
temporal de mi labor en el Estado. Con ello, quiero contribuir en la medida de
lo posible al necesario debate sobre Política Cultural en el país, que sin duda excede al documento, enfocándome
en los lineamientos generales señalados y su concreción práctica, antes que en
las personas, autoridades y funcionarios, que son importantes, nadie lo duda,
pero si queremos institucionalidad en el país, debemos trascenderlas a ellas y
sus circunstancias.
En esta oportunidad me referiré a los
lineamientos finales, sobre Industrias Culturales y promoción y difusión de las
Artes. Hablar de
Industrias Culturales es referirse a uno de los sectores más dinámicos y en
crecimiento en el campo de la cultura, y que formó parte sustancial de los
debates en las negociaciones del TLC, tanto por su implicancia en los temas de
Derechos de Autor como en lo referente al acceso a los mercados de bienes y
servicios culturales, muchas veces desiguales y excluyentes, manejado por
intereses oligopólicos a nivel global. Es así que el sector cultura, conformado
por artistas, gestores y funcionarios públicos, bregó y consiguió imponer en
los TLC la reserva cultural, entendiendo que la cultura no es una mercancía
como cualquier otra, por su carácter identitario colectivo (y por tanto estratégico)
buscando preservar, en consonancia con los principios de la UNESCO, espacios a
las Políticas Culturales de los Estados en beneficio de la creación,
producción, distribución y comercialización de los bienes y servicios
culturales que son resultados de las Industrias Culturales contemporáneas.
Más que en cualquier otro campo de la cultura, en
la I.C. la globalización ha tendido a privilegiar los productos de las grandes
metrópolis –que vienen muchas veces aparejados con las últimas innovaciones
tecnológicas y un apabullante marketing-
en detrimento de los producción nacional (cine, libros, discos) que solo
logra acceder a los mercados internacionales e incluso nacionales, en la medida
que se sometan e integren a los imperativos globales. Por eso es tan importante
empezar por preservar los mercados propios y el acceso igualitario de los
productos al público, como paso ineludible para poder proyectarse
internacionalmente. Ahí están los casos de Corea del Sur o la Unión Europea,
cuyas cuotas de pantalla han permitido el sostenimiento de su cinematografía
ante la hegemonía hollywoodense; o en el
campo de la música, las políticas de Brasil o Colombia defendiendo los espacios
para sus expresiones locales en los grandes medios de comunicación. Ello no
significa cerrarse al mundo ni mucho menos, pero si evitar que la globalización
termine negándonos incluso como país, con imágenes y sonidos propios.
Por esta razón fue que en el proyecto de nueva Ley
de la Cinematografía y el Audiovisual que se trabajó el año pasado en el
Ministerio con todos los gremios de cineastas, se acordó incluir la Cuota de
Pantalla y otros mecanismos conexos para garantizar no sólo la producción de
películas peruanas, sino su distribución y exhibición en las salas de cine, en igualdad
de condiciones que los filmes extranjeros. ¿Se mantendrá esa propuesta en la
anunciada nueva Ley que señala el documento, puesto que cuando se habla de ello
sólo se menciona “potenciar los concursos” y “capacitación y asesoría” a los
cineastas, hechos importantes y necesarios, pero notoriamente insuficientes y
limitados si se quiere una Ley de cine de verdad, moderna e integral, además de
descentralizada y realmente para todos? Recuérdese que las leyes son ante todo,
la expresión de una voluntad política de los gobernantes, por lo que sería
importante que la comunidad cinematográfica, cultural y la opinión pública en
general, conozcan con precisión cual es
la voluntad política al respecto, no sólo del Ministerio de Cultura sino del
gobierno en su conjunto, incluido por supuesto el MEF.
Preocupa asimismo que la difusión del cine nacional
se restringa a un espacio ya existente y consolidado –pero pequeño- como la
sala “Armando Robles Godoy” en el local del Ministerio de Cultura, y no se
ambicione en un mediano plazo la generación de espacios similares en otras
zonas de Lima y sobretodo del interior del país, para construir una circuito
alternativo frente a la exhibición comercial, no solo para el cine peruano sino
el cine cultural de alcance universal.
Caso similar se presenta en la propuesta de
revisión de la actual Ley de democratización y fomento a la lectura, donde no
se menciona el rol central que debe ocupar el sistema nacional de bibliotecas, y
programas de fomento a los libros como por los promovidos por CERLALC, en la promoción de la lectura, así como la revisión
del régimen de beneficios tributarios de la Ley 28086, que no alcanza a las editoriales
más pequeñas e “independientes” peruanas, así como la convocatoria periódica a concursos
de autores, recopiladores, editores y otros, que ayuden a dinamizar el sector a
nivel nacional, con tiradas masivas y a
menor costo, y que han tenido excelentes resultados en países como México, Colombia
y Chile, entre otros.
Siendo un dinámico sector productivo, las I.C. son
un potencial de generación de empleos muy importante, diversificado y en no
pocos casos, altamente especializado. El Ministerio debe propiciar el
emprendimiento productivo y el
desarrollo comercial de las pequeñas y medianas empresas, que se han visto
ampliadas en los últimos años por las nuevas tecnologías, que permiten un
acceso mucha mayor y más amplio a la creación y disfrute de mayor cantidad de
personas. Las nuevas tecnologías también ponen en cuestión los derechos de
propiedad intelectual y de autor establecidos en los marcos de la OMPI y las
legislaciones sobre la materia, planteando la revisión de medidas que, buscando
cautelar a los creadores, se convierten en muchos casos en restricción para el
uso y consumo de la información, de allí que se hable de proyectos contra la
libertad en el ciberespacio como la Ley SOPA promovida por la Secretaría de
Justicia de los Estados Unidos, o las clausulas sobre circulación de contenidos
digitales que estaría siendo propuestas para incluirse en el TPP que viene
negociando el Perú. Las nuevas tecnologías, como todas, no son neutras, y así
como facilitan en líneas generales más accesibilidad a los usuarios, también
puede servir para estrechar y condicionar más su consumo, por lo que urge que
el debate sobre su uso y posibilidades tome en cuenta también la variable
cultural.
Es innegable que el conocimiento y la información
mensurable son fundamentales para el desarrollo de políticas públicas en
cualquier sector, y si se carece del mismo se anda a ciegas y por mera
intuición, sin incidir en los requerimientos realmente significativos. Es
cierto que la cultura comporta una fuerte carga subjetiva y del imaginario, difícilmente
medible, pero ello no invalida su componente económico y respuesta social que
permite mapear, medir y diagnosticar la acción de los grupos culturales y su
impacto en variables macroeconómicas claves como el Producto Bruto Interno y la
Tasa de Empleo, demostrando que no es tan cierto que el sector sea siempre
deficitario y gasto “no redituable”, ya que en muchos casos tiene un
comportamiento por encima de otros sectores productivos tradicionales. Para
ello es importante acciones como la implementación de registros de artistas y
gestores culturales y la constitución de un dinámico Sistema de Información Cultural,
que monitoree y renueve constantemente la información del sector, con mayor
incidencia en las Industrias Culturales y la medición del consumo a través de
las Cuentas Satélites en Cultura, en colaboración con el INEI, que se vienen
llevando adelante en Argentina, Colombia y Chile, tomando como base para
uniformizar los estándares de medición a la metodología base producida por el
Convenio Andrés Bello.
Para este propósito es necesario también recopilar
y centralizar la información de diferentes instancias del Estado, muchas veces
suelta y desaprovechada, como el reporte del ISBN que maneja la Biblioteca
Nacional del Perú, o los estudios de consumo televisivo que lleva adelante
CONCORTV, además de los que disponen instituciones privadas y académicas, tanto
en Lima como el interior del país. La investigación que debe propiciar el
Ministerio de Cultura no se puede limitar al campo económico y estadístico sino
debe promover también estudios históricos, arqueológicos, cartográficos,
antropológicos, etnográficos, lingüísticos, sociológicos, estéticos,
arquitectónicos, comunicacionales, tecnológicos, legales e interdisciplinarios
en general, que profundicen, revisen, cuestionen y debatan sobre la cultura y
su expresión en el país, en coordinación permanente con los espacios académicos
y centros de investigación, y que las investigaciones y resultados se traduzcan
en publicaciones e informes accesibles por vía material o virtual, porque el
conocimiento no debe circunscribirse a pocas personas sino de alcance libre
para todos.
De otro lado, las Industrias Culturales no pueden soslayar
que uno de sus mercados más importantes son los medios masivos de comunicación,
con su enorme influencia y peso social y cultural sobre el conjunto de la
población. El Ministerio de Cultura, como organismo rector, no puede ser
indiferente a sus contenidos y su relación con las políticas rectoras, sin que
ello implique forma alguna de intromisión o censura, porque de nada servirá
todo el esfuerzo que se haga, por ejemplo, en campañas públicas para fomentar
la lectura o la cultura audiovisual, si se mantiene impertérrita la mediocridad
televisiva como modelo cultural masivo. Por esa razón, es importante que el
Ministerio forme parte del proceso de reconversión de la televisión y radio
digital terrestre, para evitar que se prolongue el control de pocas y poderosas
empresas en su manejo, abriendo espacios alternativos a las emisoras
comunitarias y ciudadanas, que se han posicionado en el campo de la radio
regional, y que podrían acceder a un espectro mucho mayor en todo el país. La
otra responsabilidad fundamental del Estado es que se pueda contar por fin con
una televisora que sea realmente pública
y no de gobierno, con una programación plural, y que pueda disponer –dadas las
mayores frecuencias que abre la digitalización del espectro- de estaciones
alternas que no estén sujeta a los imperativos políticos y puedan tener una
programación cultural las 24 horas del día, de primerísima calidad y al alcance
de todos (como el notable canal “Encuentro” en Argentina).
TODO ARTE
O VOZ GENIAL
El
documento señala que para el Ministerio de Cultura todas las artes son
fundamentales en el desarrollo de la cultura en el país, las mismas que no han recibido un apoyo sostenido por parte del Estado.
En ese sentido, resulta importante definir qué política desde el Estado se va a
impulsar para su visibilización y
desarrollo, más allá de este importante reconocimiento y porque no decirlo,
rectificación histórica. Para tal propósito, una tarea clave es la formación de
público, propiciando no solo el acceso mayoritario y disfrute del arte por la
mayoría de la población, sino el conocimiento y manejo de sus códigos y
herramientas, clásicas y modernas; evitando con ello que su consumo quede, como
hasta hoy, circunscrito a pequeñas elites instruidas o conocedoras. Esta labor
de formación debe darse tanto dentro como fuera de la escuela; cambiando en el
primer caso la visión del arte como elemento accesitario o “adorno culto” para
convertirlo en una herramienta de expresión humana trascendente, además de su
valor estético; y en las comunidades, articulada a procesos de difusión
didáctica, muestras itinerantes y creación propia, en un intercambio cultural
que valore y potencie no solo los productos del canon y reconocidos
artísticamente, sino el mal llamado “arte popular”, tradicional o moderno, que
es tan trascendente y valido como cualquier otro. Esta labor de formación debe
incluir la “formación de formadores” que permitan trabajar especialmente con
niños y jóvenes, programas lúdicos y participativos que fomenten el aprendizaje
teórico y práctico del arte y la cultura en su entorno social.
En cuanto
a la Escuelas Superiores de Formación Artística, es lógico que en lo académico
sigan dependiendo del Ministerio de Educación, pero ello no debe significar que
se encuentren divorciadas del ámbito de la cultura, ya que este sector le debe
proveer los contenidos curriculares fundamentales, además de los espacios para
la práctica y el desarrollo profesional de sus estudiantes. Es necesario que
dentro de los cambios y revalorización de la educación en el país, no se deje
de lado a estas escuelas públicas, que siguen atravesando una grave crisis, no
solo por magros presupuestos sino por la incuria e indiferencia ancestral de
las autoridades. Igualmente, en el caso de los Elencos Nacionales, debe
entenderse como una apuesta del Estado a la excelencia artística, no para
competir con la iniciativa privada –por lo demás casi inexistente en este
campo-, sino para que estas expresiones puedan ser conocidas y disfrutadas por
la población en su conjunto, como un derecho inalienable al acceso que deben
gozar todas las personas. Puede ser también una excelente herramienta de
inclusión social, y de involucramiento a las nuevas generaciones, como lo
demuestran experiencias como las Orquestas infantiles y juveniles en Venezuela,
Colombia y Chile. Pero todo ello requiere de una apuesta e inversión constante
y sostenible, tanto de parte del tesoro público como de la financiación privada
y porque no también, recursos de cooperación internacional.
El Gran
Teatro Nacional es un espacio privilegiado que dispone el Ministerio de Cultura
para la presentación escénica de primer nivel, y que a pesar del alto costo de
su mantenimiento, debe cautelarse en su futura administración mixta, público-privada,
que se respete un espacio central y privilegiado para la práctica y
presentaciones de los Elencos Nacionales (Orquesta Sinfónica Nacional, Ballet Nacional,
Coro Nacional, Elenco Nacional de Folklore, entre otros) y con acceso efectivo a
públicos diversos, incluso a nivel promocional, para los sectores menos pudientes,
además de jóvenes y niños.
Algunas
tareas a emprender desde el Ministerio de Cultura en esta área, que no
impliquen direccionamiento de la creación artística, es la implementación, a
través de convocatorias públicas y transparentes, de fondos concursables,
otorgamiento de becas, pasantías y residencias artísticas, apoyo a la movilidad
de los artistas y elencos, presentaciones, publicaciones, apoyo promocional,
etc. Al respecto, los proyectos de cultura comunitaria, que parten de las
experiencias populares en construcción y difusión artística, son muy importantes y deben ser estimulados, y
allí se inscriben experiencias como los Puntos de Cultura o Cultura Viva, que
llevan adelante tanto el Ministerio de Cultura como la Municipalidad
Metropolitana de Lima. Proyectos que construyen identidades y mejores
condiciones de vida entre los ciudadanos, en especial los de condiciones más
humildes, pero que no deben ser vistos como “herramientas”, pues lo desnaturalizan,
convirtiéndolos en medios utilitarios al
servicios de campañas (por más loables y justas que ellas se presenten) negándoles
su condición de arte y expresión cultural propia, tan válida y representativa como
cualquier otra.
Finalmente, y en referencia a la revisión y reformulación de la actual Ley del Artista, esta debería requerir una atención
prioritaria por parte del Ministerio de Cultura y los propios artistas y
empresarios, como elemento emblemático del sector, ya que permite calificar a
los artistas como profesionales e interlocutores, con igualdad de derechos y
deberes laborales y creativos que los demás trabajadores. Y es que la política
cultural tiene que empezar desde las personas que hacen cultura, los artistas, y
el reconocimiento que se les debe como tales por parte del Estado y la Sociedad,
en todo orden de cosas –como la profesión que figura en el DNI, pasaporte o
RUC- para dignificar esta actividad y que nunca más una institución, pública o
privada, sigan viéndolo como una actividad menor, “hobbie”, o confundan el “amor
al arte” con la gratuidad y abuso de los artistas. Porque el verdadero artista es,
como escribía Vallejo: “Ser poeta hasta el punto de dejar de serlo.”
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