por Christian
Wiener Fresco
Mi
amigo Fernando Vivas quiere ser irónico con el cine nacional, pero termina
deslizando afirmaciones discutibles. En una reciente nota en El Comercio, a propósito
de la feliz coincidencia de varias películas peruanas en la cartelera
comercial, ironiza que el crecimiento de la producción nacional podría llevar a
que sean las empresas de Hollywood las que terminen pidiendo una cuota de
pantalla para proteger a sus
blockbusters de cientos de millones de dólares.
Sin embargo, este momento excepcional que vive la
producción nacional, y en buena hora, es un espejismo que responde a una
coincidencia de factores pero que nada garantiza su continuidad. Es decir, por
un lado tenemos producciones financiadas por los concursos del Ministerio de
Cultura en los últimos años, que llegan en diferentes ritmos a su estreno, al
lado de películas realizadas con capital propio y con puntería comercial,
buscando emular los éxitos que en su momento cosecharon “Asu Mare” y “Cementerio
general”. Ello ha sido posible, mal que
bien, gracias a que el Estado, luego de muchos años, recién ha comenzado a
cumplir con sus obligaciones de entregar todos los fondos que mandaba la ley de
cine. De otro lado, las mayores facilidades económicas y de producción que
brindan las nuevas tecnologías digitales, tanto para la realización como ahora la
exhibición; y también, por supuesto, la envidiable respuesta comercial que
tuvieron algunos títulos peruanos en los últimos años.
¿Ese es todo el cine peruano? Ciertamente no,
medir todo el cine peruano solo por el filtro de la cartelera comercial es
dejar de lado una vasta e importante producción de cineastas independientes, experimentales
y/o marginales, que difunden sus obras en los pocos circuitos alternativos y
festivales existentes. Asimismo los cineastas regionales, algunos de los cuales
han llegado a las salas de cine en su región u otros lugares, pero la gran
mayoría siguen produciendo y exhibiendo en pequeños espacios y auditorios
improvisados. ¡Puede decirse entonces alegremente que todo el cine peruano
tiene acceso a la pantalla nacional?
Pero lo más peligroso es confundir el espejismo
con la realidad, olvidando que el Perú ha sido históricamente un país con épocas
de bonanza y recursos, para luego tener grandes caídas y crisis económica. ¿Qué
pasará entonces con la ley y el presupuesto para los concursos? Y para los que
piensen que somos ‘noicos’ con el tema, vean lo que ha sucedido en España con los
subsidios para el cine en el régimen del PP. Por eso los cineastas han buscado una nueva
ley de cine que permita que la actividad viva del cine mismo, y no del
presupuesto, para poder garantizar su continuidad. Pero el MEF una y otra vez
se ha opuesto a esta iniciativa, y no hay signos de que vaya a cambiar de
opinión en los próximos días. Es decir el tema no es solo, como dice el
artículo, “aumentar premios y compartir incentivos con todos los estamentos de
la industria, incluidos exhibidores y distribuidores”; sino como hacer viable
una legislación con futuro, que permita una visión integral de todo el cine, no
solo en lo comercial sino también en lo cultural, y asegure posibilidades
iguales para todas las películas nacionales.
Por cierto que es una excelente noticia que
haya bastante producción en el país, lo que da empleo y experticia a técnicos,
actores y realizadores, que es la base de la creación de cualquier industria, y
que se tenga una diversidad de expresiones, porque este pequeño “boom” se
asienta principalmente en nuevos nombres y propuestas y no en los cuatro o
cinco que antes monopolizaban la imagen del cine nacional. También es muy saludable que poco a poco el
público vaya quebrando sus prejuicios y resquemores frente a las películas
nacionales, aunque ciertamente sería bueno pensar también en la ampliación del
mercado al exterior, ya que el nuestro resulta insuficiente, y la coincidencia
de películas como ahora, termina en la mayoría de casos restando antes que
sumando espectadores. Y coincido con Fernando que una excelente salida sería la
televisión, por lo que futuras normas e incentivos deberían considerar apoyos a
la producción en ficción para la pantalla chica, en la medida que la mayoría de
los canales han renunciado a realizarla por comodidad y tacañería.
En lo que si discrepo con él es en su
afirmación de “no estar por la cuota de pantalla, porque
busca, ingenuamente, dictar el gusto del público. Y porque, además, la cantidad
de estrenos permitirá a los cineastas locales negociar en mejores condiciones
con las salas.” Por
supuesto que tiene todo el derecho a estar de acuerdo o no con la llamada cuota
de pantalla, pero no a tergiversarla, puesto que ella no busca “dictar el gusto
del público” como dirían los liberales extremos, sino regular un mercado
monopólico y dar oportunidades a que las cinematografías locales puedan acceder
a sus pantallas. Y eso lo conoce muy bien Fernando, porque en la legislación de
la radiodifusión peruana ya existen cuotas para la producción nacional del 30%,
que ni siquiera todas las emisoras las cumplen (de allí el proyecto del
congresista Tejada para lograr que las emisoras nacionales de rock cumplan la
norma) y que en ningún caso han impuesto “un gusto al público”. En el caso del
cine, por si no lo recuerda, la propuesta planteada por el proyecto de nueva
ley contemplaba hasta un 20% para las cintas nacionales, lo que además ya
estaba consagrado en el propio TLC con los Estados Unidos.
Si ahora el cine peruano cubre o supera coyunturalmente
ese porcentaje, enhorabuena, pero no nos dejemos engatusar por lo que los
aficionados a la encuesta suelen llamar la “fotografía del momento”, y veamos
mejor la película completa hasta los créditos finales.
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