lunes, 9 de octubre de 2017

El Perú no es solo Lima (ni su cine tampoco)



por Christian Wiener Fresco

En los últimos días el ambiente cinematográfico nacional va dejando poco a poco su modorra y aletargamiento, comenzando a reaccionar en algunos puntos, producto del todavía incipiente debate de la nueva ley, aunque de forma aun parcial y desarticulada. Era inevitable, todo cambio normativo genera una reacción en cadena aun cuando sus propiciadores no lo buscaran. De los varios temas que se vienen presentando en referencia al cine peruano, tal vez el que ha provocado mayores intercambios es el del regional, impulsado por los realizadores y representantes identificados como tal, así como los que vienen estudiando e investigando esta amplia producción en los últimos años.

miradas múltiples. El cine regional peruano”, lo que ahora conocemos bajo esa categoría se remonta al año 1996, no porque antes no hubiera producción en el interior del país (ahí está el caso de la ‘Escuela del Cusco’ entre los años 50 y 60) sino porque desde esa fecha se comenzó a producir y exhibir de manera cada vez más intensiva películas hechas en sus localidades, de diversas temáticas, en departamentos del país como Ayacucho, Puno, Cajamarca, Junín, Arequipa, Lambayeque, La Libertad, Cusco, Loreto, entre los principales.

Alrededor de doscientas películas suman las producidas en estos veinte años, donde más del noventa por ciento de la misma fue financiada con recursos propios, y solo una mínima cantidad recibió apoyo del Estado –antes CONACINE, luego Ministerio de Cultura- ya que estos fondos recién empezaron a dirigirse a apoyarlos en el 2008, y de manera más efectiva y constante desde la aprobación de la modificatoria de la ley 26370 el 2012, que permitió la 
convocatoria y realización de los concursos de manera más regular.

Una cinematografía que es tal vez uno de los mejores ejemplos de los esfuerzos y constancia de los llamados sectores emprendedores, en su gran mayoría autodidactas, que sacaron de la nada un importante lote de películas mientras buena parte de sus pares limeños seguían esperando por los concursos con fondos públicos, retaceados por la falla de presupuesto. Esto fue posible en gran parte por el abaratamiento y las facilidades técnicas y logísticas de las nuevas tecnologías audiovisuales y los equipos caseros y semiprofesionales a que echaron mano (primero analógicos, luego digitales). Asimismo del crecimiento económico y poblacional de las urbes provincianas, en momentos que la globalización paradójicamente nos acercaba más al mundo a la par que reforzaba las identidades locales y regionales.


Esta paradoja se expresaba también en el sincretismo de gran parte de sus obras, que como bien señalan Bustamante y Luna Victoria, se inspira en relatos y tradiciones de una cultura oral acendrada en sus zonas, fusionada con géneros y esquemas propios del cine internacional, sea Hollywood como Bollywood, y de otros lares. Salvo excepciones, no hay pretensiones de cine de autor y pensado para los festivales internacionales, sino para el consumo local –ni siquiera nacional-, lo que se tradujo en la buena acogida que tuvieron las exhibiciones también precarias en improvisados auditorios de su localidad.        

Durante un buen tiempo este cine fue visto con condescendencia en el ámbito cultural limeño, registrado como curiosidad en notas periodísticas y reservado para ser discutido como fenómeno en mesas redondas de antropólogos, nunca de críticos o cineastas. Incluso cuando se debatía la posibilidad de una modificatoria a la ley actual en el 2009 y 2010, era común escuchar referirse en términos peyorativos a esta producción, y cuestionar la necesidad de los concursos exclusivos para las regiones, lo que persiste todavía en muchos hasta hoy.

El Concurso para obras de largometrajes exclusivo de las regiones del país fue instituido por el Ministerio de Cultura bajo el criterio de la discriminación positiva, para estimular la pujante creación fuera de la capital que en muchos casos carecía de la experticia y posibilidades técnicas y logísticas para competir con los otros en igualdad de condiciones. El propósito fue impulsar a los realizadores regionales a producir y no tanto que se filme en el interior del país, así como la ley de cine busca promover esencialmente la producción peruana y no tanto en el Perú (que de esta manera sería más una Film Commission). Pero no faltaron cineastas golondrinos que a pesar de vivir en Lima o el extranjero se las ingeniaban para conseguir asociarse a un productor regional y lograr el premio, lo que era una forma de burlar el espíritu de la norma aprovechando la generalidad de las bases. En anterior ocasión propusimos, y sería bueno insistir ahora de cara a una nueva Ley, que se exijan a los participantes requisitos similares y equivalentes a los que se establecen para el caso de las películas peruanas en la ley actual (es decir, no solo empresa sino procedencia o residencia del director y un porcentaje mínimo de técnicos y artistas participantes).

Flaviano Quispe, realizador puneño, expresa con bastante claridad su posición en este punto en una presentación pública, revelando de alguna manera la insatisfacción y molestia de muchos de ellos anteeste tema: “Los concursos tal como están planteados se convierten por lo tanto en un ‘colador’ por donde no podemos pasar la mayoría de los cineastas que vivimos y trabajamos en las diferentes regiones y esa es la explicación por la que cada vez más los que ganan estos concursos no somos nosotros sino los limeños o los ‘alimeñados’. O sea, mientras más contacto tengan con los limeños, mientras más tiempo vivan en Lima, más posibilidad de ganar los concursos van a tener. De esa forma el centralismo limeño revierte nuevamente en beneficio suyo, marginando y discriminando a los centros de producción más alejados cultural y económicamente de Lima. Creo que se necesita una verdadera política intercultural que modifique las equivocadas reglas de juego de los concursos actuales. Eso es lo que pedimos los cineastas regionales que vivimos y desarrollamos nuestra actividad cinematográfica en las regiones fuera de Lima. Porque para eso se crearon los concursos y las categorías exclusivas para lasregiones: para apoyar los polos de producción existentes en las regiones fuera de Lima de modo que se siga desarrollando la riqueza cultural que nosotros hemos expresado en nuestras producciones. Los concursos no se crearon para ‘alimeñar’a los cineastas regionales.”

En la misma ocasión Quispe reclama que resulta insuficiente y se presta a peligrosas ambigüedades como las que han venido sucediendo en concursos precedentes, cuando en el proyecto de ley se afirma que se destinaran no menos del 30% del presupuesto asignado para apoyar la actividad cinematográfica y audiovisual enel interior del país, de forma descentralizada. Por eso solicitan que la ley diga que el apoyo debe ser para los cineastas que viven y desarrollan su actividad en las regiones fuera de la capital. Coincido plenamente con este planteamiento, y creo que su inclusión en el texto de la ley es imprescindible, no habiendo justificación para postergar esa precisión a la reglamentación como se pretende equivocadamente con otros puntos.   

Sin embargo creo que ello es limitado porque lo que debería es replantearse este sistema de ayudas en su integridad, porque si de verdad se quiere descentralizado debe serlo desde su gestión, no dependiendo del Ministerio de Cultura de Lima sino organizado desde sus Direcciones Desconcentradas en las regiones o macroregiones, en coordinación con los gobiernos locales y regionales. Las ayudas debieran contemplar también apoyos no solo a la producción de obras sino a la distribución y exhibición local, fomentando espacios y circuitos paralelos a los comerciales, muchos más concentrados –donde los hay- fuera de Lima, y en otras ventanas de acceso como la televisión y las plataformas digitales (recuérdese que el 2012 se organizó una primera muestra de cine regional en TVPerú). 

Adicionalmente, parte de esos fondos debería dirigirse a fomentar la capacitación profesional permanente de los cineastas, técnicos y artistas; y la formación audiovisual en la educación básica, tan o más imprescindible que en la propia capital. Hay experiencias al respecto en otros países: por ejemplo el INCAA destina parte de sus recursos anuales para promover el cine en toda amplitud en los diversos estados argentinos, más allá de Buenos Aires. Similares aspectos se contemplan en las legislaciones brasileña, mexicana, colombiana o venezolana, por citar las más activas.  

De otra manera todo esto que se dice de promover la descentralización y un verdadero cine nacional no pasara realmente del discurso o la frase inclusiva para la tribuna. Más que seguir haciendo concursos exclusivos ‘alimeñados’, mejor propiciar que se realicen en las propias regiones, para que los jurados –sean de afuera o locales- conozcan de primera mano la realidad que están juzgando. El centralismo no se supera solo con gestos sino con hechos concretos, como los mismos cineastas regionales nos lo han demostrado en los últimos años.  

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