Por Christian Wiener Fresco
A la memoria de Javier Diez Canseco, en la lucha por el pan y la belleza
En recuerdo de Manuel Celis, que me acompañó ese día en el Congreso.
En
estos días que se habla de la posibilidad de una nueva ley de cine en el
Congreso me permito recordar lo que paso hace cinco años, cuando se aprobó la
ley 29919, que modificó todo lo referente a los concursos de cinematografía de
la 26370 para permitir la asignación de todos los recursos estipulados
originalmente en la norma, y que en general es poco conocido en el gremio y más
allá, pese a todo el tiempo transcurrido.
Paralelamente
se estaban haciendo las gestiones para conseguir que la partida presupuestal
para los concursos establecido en la ley actual se hiciera efectivo como la
norma lo señalaba, monto que hasta ese momento y desde la entrada en vigencia
en la Ley, en 1996, nunca los sucesivos gobiernos habían cumplido con entregarlo
en su integridad. Pero para dar esa
cantidad la gente del MEF había puesto como condición que se modificara el
texto de la Ley 26370, o de lo contrario se ejecutara tal como figuraba en su
versión original del 94.
Resulta
que en un principio la ley establecía que cada año se debían realizar dos
concursos de largometrajes y cuatro de cortometrajes en los que podía premiar
hasta tres obras en el primer caso y doce en el segundo, con un cantidad total
que alcanzaba las 2008 UIT. Sin embargo el
Estado incumplió permanentemente en dar todos los fondos (se calcula que en
dieciséis años solo se había asignado poco más del 28% de todo el dinero que
correspondía por ley). Esta situación motivó que se redujeran los montos de los
premios para los proyectos y obras establecidos en el texto legal,
instaurándose los llamados “concursos extraordinarios”, como una forma más o
menos informal para atender otros tipos de formatos y posibilidades no
previstas en la legislación original, que se limitaba a cortos y largometrajes
(cine regional, documentales, postproducción, distribución, etc.)
Habría que agregar además que las nuevas tecnologías de la producción y
exhibición digital que ya se habían generalizado en ese momento volvían obsoletas
algunos puntos muy restringidos en el texto de los años 90, dominado todavía
por el celuloide tradicional.
Por
tal motivo nos abocamos a redactar una modificatoria de la 26370 que permitiera
poder seguir realizando e incluso incrementar las distintas categorías de los
concursos, así como ajustar los requisitos y organización a los nuevos tiempos.
Se esperaba que el texto no tuviera mayor objeción en el Ejecutivo por cuanto
lo único que buscaba es la aplicación de la ley vigente, sin añadir un sol al
presupuesto. No obstante ello, otra vez la gente del MEF busco aguar la fiesta
y en una tensa reunión casi nos conminaron a que si queríamos sacar esa ley sin
problemas debíamos retirar la mención a las 2008 UIT (que era la suma de todos
los montos señalados en la 26370) en el proyecto para enunciar simplemente que
el Ministerio de Economía y Finanzas proveerá cada año de los recursos
económicos para la realización de los concursos, sin precisar ninguna cifra. Aunque
éramos conscientes de lo que eso podría significar en el futuro, optamos por no
hacer cuestión de estado en ese momento y esperar una mejor oportunidad, tal
vez en el Congreso.
De
esta manera, a los pocos días el Consejo de Ministros aprueba el proyecto de
modificatoria de la Ley, que con la firma del presidente Humala y el entonces
primer ministro Óscar Valdez es enviado al Legislativo a inicios de mayo con
carácter de urgencia. Allí se buscó recuperar la mención a los 2008 del
presupuesto en la Comisión de Cultura y Patrimonio Cultural, pero por el afán
de figuración y escasa capacidad de diálogo del presidente de la misma, el
pastor Rosas, fue casi imposible. Tuvimos que esperar varias semanas y la
siguiente legislatura hasta que por fin se incluyó en la agenda del Pleno para
el 23 de agosto.






Todas
estas cosas me vienen a recuerdo ahora que se vuelve a discutir sobre la Ley de
Cinematografía, y donde nuevamente el MEF resulta el gran decidor del país, y
los gremios del sector parecen resignados a su poder y ortodoxia, diciendo
incluso que “es la ley por la que han luchado tanto años los cineastas”, lo que
saben que no es cierto porque de tantas supresiones, reducciones y
eliminaciones, ha resultado un texto casi irreconocible, a no ser por contar
con más presupuesto. No pretendo ponerlo como ejemplo o precedente, soy
consciente que los momentos y circunstancias son diferentes, con otra
propuesta, actores (en esos momentos la primera mayoría congresal seguía siendo
del gobierno) y sin tanta visibilidad mediática. Pero es bueno recordar la historia, en todas
sus facetas, porque el esfuerzo por una verdadera ley de cinematografía no es
de ahora sino de hace mucho. Para ello se requiere decisión de lucha y
convicción de su necesidad y justicia, y no como un favor, donde no le debemos
nada a nadie, y frente al cual no tenemos por qué aceptar como algo fatal que
nos quieran imponer –sin siquiera discutir- nuestro futuro. ¿O es mucho pedir?
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