miércoles, 4 de septiembre de 2013

Dos más

Por Christian Wiener Fresco


Un par de buenas nuevas hubo esta semana. La primera fue la sanción impuesta por el Ministerio de Transportes y Comunicaciones a Frecuencia Latina debido al incumplimiento de las disposiciones del Tribunal de Ética con su personaje del “Negro Mama” interpretado por Jorge Benavides.

Como se recordará, a raíz de la emisión de un programa del “El especial del humor” en marzo
del 2010, el Centro de Estudios y Promoción Afroperuanos (Lundu) presentó una queja por el contenido racista del mencionado personaje.


La queja fue derivada al Tribunal de Ética de la Sociedad Nacional de Radio y Televisión (SNRTV), quienes en segunda instancia determinaron que los contenidos del personaje afectaban la dignidad de las personas e implicaban discriminación racial hacia la comunidad afroperuana; conminando a los responsables a dar las disculpas públicas.

Pero como quiera que el canal se limitó a decir en sorna cosas generales y sin reconocer responsabilidades, y encima atacaron con argumentos discriminadores a Lundu; estos elevaron su queja al MTC, quefinalmente falló a su favor, imponiéndole  una multa a la empresa Compañía Latinoamericana de Radiodifusión de 20 UIT (74 mil soles).

Es la primera vez que un programa de televisión en el Perú es sancionado por su contenido racista, creando un positivo precedente para el futuro. Ya en una nota anterior hacíamos notar lo contradictorio que era que un local pudiera ser sancionado por prácticas racistas, pero los medios de comunicación no. Sin embargo, más allá de la pena económica, debe haber también una pena social y moral, que ayude a erradicar definitivamente de la televisión peruana estos mensajes, porque no es posible que se castigue al “Negro Mama” y se mantenga en las pantallas a la también denigrante “Paisana Jacinta”.

Todo lo cual nos lleva a la necesidad de tener una legislación más amplia y precisa sobre la materia, para evitar y sancionar, de ser el caso, cualquier tipo de discriminación o denigración por color de piel, opción sexual o cualquier otro motivo en los medios de comunicación, y que no solo se presenta de manera grotesca y ofensiva como en este caso, sino de formas más sutiles y sibilinas. Por supuesto no faltará, como en esta oportunidad, quienes aludirán a una supuesta intolerancia al humor y exceso de suspicacia de los denunciantes, porque reírte de ese otro que invisibilizas y desprecias ha sido siempre bien visto y celebrado en la Lima virreinal.

La otra buena noticia es la reacción positiva que ha tenido el estreno de “Sigo siendo, Kachkaniraqmi” de Javier Corcuera. Sabemos que los documentales no son precisamente fáciles de exhibir en los circuitos comerciales, más aún dedicado a la música peruana de la selva, los andes y la costa peruana, con artistas tradicionales como Máximo Damián, Raúl García Zárate, Jaime Guardia, Carlos Hayre, Félix Casaverde, familia Valleumbrosio y Susana Baca; entre otros. Si el chileno Patricio Guzmán decía que un documental es como el álbum de fotos de un país, en este caso, la película de Corcuera podría asemejarse a los discos de acetato de una imaginaria rockola de nuestra diversa y rica peruanidad. 

Y como la música es celebración, es precisamente eso lo que encontramos y gozamos en este viaje documental por el país, que para muchos será un descubrimiento, porque como bien lo hace notar mi amigo y realizador Edgardo Guerra, ya se ha perdido, por la infrecuencia en los medios masivos, ese hábito que en los años de los cortometrajes obligatorios antes de las funciones era frecuente, con trabajos sobre nuestros músicos, que nos permitían escuchar valses, mulizas, huaynos, tonderos o festejos. Es más, ojalá este éxito pueda animar a que se exhiba pronto de forma masiva “Lima bruja”, un singular retrato sobre cantantes criollos que se resisten a morir de Rafael Polar.


Es cierto que “Sigo siendo, Kachkaniraqmi” no ha logrado los picos de taquilla de los dos últimos estrenos peruanos, pero el hecho que convoque una importante cantidad de espectadores, y que gran parte de ellos queden satisfechos, es un buen síntoma de un país que empieza a reconocer su identidad y diversidad más allá de la comida. Al mismo tiempo, es una señal que en el cine nacional no todo se tiene que reducir a “A su mare” o “Cementerio general”; sino que hay mucho más, y mejor, por hacer y descubrir, sean documentales o ficciones.   

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