Por Christian Wiener Fresco
Un
par de buenas nuevas hubo esta semana. La primera fue la sanción impuesta por
el Ministerio de Transportes y Comunicaciones a
Frecuencia Latina debido al incumplimiento de las disposiciones del Tribunal de Ética con su personaje del “Negro Mama”
interpretado por Jorge Benavides.
Como
se recordará, a raíz de la emisión de un programa del “El especial del humor”
en marzo
del 2010, el Centro de Estudios y Promoción Afroperuanos (Lundu) presentó una queja por el contenido racista del
mencionado personaje.
La queja fue derivada al Tribunal de Ética de la Sociedad Nacional de Radio y
Televisión (SNRTV),
quienes en segunda instancia determinaron que los contenidos del
personaje afectaban la dignidad de las personas e implicaban discriminación
racial hacia la comunidad afroperuana; conminando a los responsables a dar las
disculpas públicas.
Pero como quiera que el canal se limitó a decir en sorna
cosas generales y sin reconocer responsabilidades, y encima atacaron con
argumentos discriminadores a Lundu; estos elevaron su queja al MTC, quefinalmente falló a su favor, imponiéndole una multa a la empresa Compañía Latinoamericana de Radiodifusión de 20 UIT (74 mil soles).
Es la primera vez que un programa de televisión en el Perú es
sancionado por su contenido racista, creando un positivo precedente para el
futuro. Ya en una nota anterior hacíamos notar lo contradictorio que era que un local pudiera ser sancionado por prácticas racistas, pero los medios de comunicación no. Sin embargo, más allá de la pena económica, debe haber también
una pena social y moral, que ayude a erradicar definitivamente de la televisión
peruana estos mensajes, porque no es posible que se castigue al “Negro Mama” y
se mantenga en las pantallas a la también denigrante “Paisana Jacinta”.
Todo lo cual nos lleva a la necesidad de tener una
legislación más amplia y precisa sobre la materia, para evitar y sancionar, de
ser el caso, cualquier tipo de discriminación o denigración por color de piel,
opción sexual o cualquier otro motivo en los medios de comunicación, y que no
solo se presenta de manera grotesca y ofensiva como en este caso, sino de
formas más sutiles y sibilinas. Por supuesto no faltará, como en esta oportunidad, quienes aludirán a una supuesta intolerancia al humor y exceso de suspicacia de los denunciantes, porque reírte de ese otro que invisibilizas y desprecias ha sido siempre bien visto y celebrado en la Lima virreinal.
La otra buena noticia es la reacción positiva que ha tenido
el estreno de “Sigo siendo, Kachkaniraqmi” de Javier Corcuera. Sabemos que los
documentales no son precisamente fáciles de exhibir en los circuitos
comerciales, más aún dedicado a la música peruana de la selva, los andes y la
costa peruana, con artistas tradicionales como Máximo Damián, Raúl García
Zárate, Jaime Guardia, Carlos Hayre, Félix Casaverde, familia Valleumbrosio y
Susana Baca; entre otros. Si el chileno Patricio Guzmán decía que un documental
es como el álbum de fotos de un país, en este caso, la película de Corcuera
podría asemejarse a los discos de acetato de una imaginaria rockola de nuestra
diversa y rica peruanidad.
Y como la música es celebración, es precisamente eso lo que
encontramos y gozamos en este viaje documental por el país, que para muchos
será un descubrimiento, porque como bien lo hace notar mi amigo y realizador
Edgardo Guerra, ya se ha perdido, por la infrecuencia en los medios masivos,
ese hábito que en los años de los cortometrajes obligatorios antes de las
funciones era frecuente, con trabajos sobre nuestros músicos, que nos permitían
escuchar valses, mulizas, huaynos, tonderos o festejos. Es más, ojalá este
éxito pueda animar a que se exhiba pronto de forma masiva “Lima bruja”, un singular retrato sobre cantantes criollos que se resisten a morir de Rafael Polar.
Es cierto que “Sigo siendo, Kachkaniraqmi” no ha logrado los
picos de taquilla de los dos últimos estrenos peruanos, pero el hecho que
convoque una importante cantidad de espectadores, y que gran parte de ellos
queden satisfechos, es un buen síntoma de un país que empieza a reconocer su
identidad y diversidad más allá de la comida. Al mismo tiempo, es una señal que
en el cine nacional no todo se tiene que reducir a “A su mare” o “Cementerio general”; sino que hay mucho más, y mejor, por hacer y descubrir, sean
documentales o ficciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario