Por Christian Wiener Fresco
La reciente adquisición del 54% de las acciones del Grupo de la Empresa Periodística Nacional (EPENSA) por parte del Grupo El Comercio,
viene provocando inquietud y malestar en la competencia periodística, sectores políticos y empresariales, y buena parte de la opinión pública. Y es que como
ha sido señalado, con esta operación financiera, el grupo que lidera el viejo
diario fundado en 1839 por el chileno Manuel Amunátegui y el argentino
Alejandro Villota, y que luego fue adquirido por la familia Miró Quesada, pasa
a controlar el 78% del total de la venta de diarios en el país, adquiriendo una
posición de dominio casi monopólico en el mercado de la prensa escrita peruana.
por el predominio monocorde de una posición ideológica en la prensa nacional, amenazando la independencia de
los periodistas y “opinologos” (Ollanta dixit) que osen disentir del
todopoderoso consorcio, y reduciendo drásticamente las opciones de acceso
diferenciado para el gran público. Las implicancias del monopolio afecta
también el manejo publicitario, que restringiría a un solo cliente la oferta de
avisaje disponible, y le daría a sus directivos un gran poder de decisión (y
veto) no solo en el campo político sino en (casi) todas las áreas, con todos
los peligros y arbitrariedades que eso puede conllevar.
Sin embargo, y con todo lo preocupante que resulta
esta movida, no es la única expresión de la creciente concentración de medios
en el Perú. En la radio, por ejemplo, se han consolidado en esta década los conglomerados del Grupo RPP y la Corporación Radial del Perú que controlan
en conjunto más del 60% del mercado de la radiodifusión en Lima (repartiéndose
cerca del 80% de la torta publicitaria)
Pero lo más grave se presenta en el campo de la
televisión, donde a pesar de la precariedad de la mayoría de gestiones
empresariales (con “broadcasters” descendientes de quienes se vendieron a
Montesinos en los tiempos de Fujimori, o de administraciones poco claras que se
cocinaron en los años posteriores) fueron beneficiados, gracias a la generosidad
del ex ministro aprista Enrique Cornejo,
con la repartija de frecuencias para la televisión digital, a fin de consolidar y ampliar su actual dominio del espectro televisivo, todavía analógico.
Un proceso manejado con el mayor de los secretismos,
sin ponerse a licitación pública la asignación,
como correspondía, y con el subterfugio eufemístico de “decisiones
técnicas” (como la incorporación de la alta definición), cuando en realidad
eran políticas, si es que no tenían también otras motivaciones.
Todo lo contrario de lo que se ha llevado a cabo en
otras países como Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Colombia, Ecuador, México,
Uruguay o Venezuela, donde la discusión sobre el cambio a la televisión digital
no se ha limitado solo al aspecto tecnológico entre especialistas, sino motivó
un amplio debate político y social, con participación de la ciudadanía, sobre el rol de los medios ante la posibilidad de apertura de más y mejores alternativas televisivas que ofrece este nuevo sistema. Como se decía en Brasil, no se trata de “más canales para O’Globo” (en
referencia a la poderosa red mediática brasileña) sino de “más canales para
competir con O’Globo”. Por esa razón, se promueve en estos países, además de
los existentes, la incorporación de canales comunitarios, cooperativos y
regionales para democratizar de manera efectiva la pantalla.
Estos debates también se han dado, con sus
particulares características, en Europa, Japón, Canadá y hasta en los Estados
Unidos, donde una población activa y
vigilante ha presionado a los congresistas para que resistan el lobby de las
grandes empresas televisivas y publicitarias.
Pero en el Perú, el tema viene pasando casi
desapercibido, porque ni a los medios beneficiados (entre los cuales también se
encuentra el Grupo El Comercio) ni a los políticos, sea por conveniencia o
temor, les conviene alterar el statu quo vigente. Y la inconsecuencia empieza
por el propio Ejecutivo y su bancada legislativa, ya que en su plan de gobierno prometió una ley que estableciera “la conformación de un consejo público −con presencia de la sociedad civil− que se encargará de evaluar las concesiones del espectro radioeléctrico que incluyen a la radio y televisión digital”,garantizando una “distribución equitativa y plural de las frecuencias digitales”.
En dos años de gobierno, empero, ni siquiera se ha hecho el intento de revisar
lo actuado por su antecesor en ese campo.
Hay que recordar, finalmente, que la propia
Constitución prescribe en su artículo 61 que “ninguna ley ni concertación puede autorizar ni establecer monopolios. La prensa, la radio, la televisión y los demás medios de expresión y comunicación social; y, en general, las empresas, los bienes y servicios relacionados con la libertad de expresión y de comunicación, no pueden ser objeto de exclusividad, monopolio ni acaparamiento,directa ni indirectamente, por parte del Estado ni de particulares”.
La gran pregunta es ¿y quién le pone el
cascabel al gato (del despensero)?
PD.- Esta
semana ingresa a cartelera dos películas peruanas diferentes y exigentes,
"El espacio entre las cosas" de Raúl del Busto y "Chicama" de Omar Forero, que recomendamos, no solo por su nacionalidad sino por su
calidad y audacia para proponer otro tipo de cine en el país. Vayan a verla
pronto, porque difícilmente duraran mucho en cartelera. Después no nos quejemos
por la calidad de nuestras películas, o que estas tengan que buscar coartadas
fáciles para llegar al público.
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