Por Christian Wiener Fresco
El otro día
ingrese al portal web de Tondero films y
representaciones; y me percaté que en la galería de fotos de sus
representados, entre los que se incluyen decenas de actores, actrices,
conductores y cantantes; no se encontraba ninguno de rasgos indígenas o
afroamericanos.
En
realidad este hecho no debería llamarnos la atención, ya que desde hace mucho
tiempo en la televisión, publicidad e incluso buen parte del cine y el teatro
peruano, es casi inexistente la presencia de otras personas que no correspondan
al fenotipo blanco occidental, como si
fuéramos, al decir de Jorge Bruce, un país escandinavo. Lo que sorprende sí, es
que el portal al que aludimos sea de la empresa que produjo el gran éxito comercial de “Asu Mare”, que supuestamente promovía el ascenso y la inclusión
social y es producto de bandera de la “Marca Perú”.
Se
cree equivocadamente que solo existe racismo cuando se hace ostensible y grosero,
caso de algunos personajes cómicos, programas de concursos o en coyunturas
especiales, cuando las pasiones se crispan, como las elecciones, pero se olvida
que tan o más discriminatorio es la invisibilización de los otros, la negación
de su presencia, que se encuentra tan acendrada en la ideología de las mayorías
que casi no lo perciben o les parece natural. Muy significativo fue al respecto
la airada reacción de ciertas elites al proyecto fotográfico de Daniela Ortiz, con escenas cotidianas de familias pudientes que descubrían a escondidas la presencia de 97 empleadas domésticas,
convertidas en adornos y fondo de las imágenes.
Nadie
duda que los mensajes racistas, machistas y de
exclusión social sean práctica cotidiana en los medios de comunicación consumidos
por millones de peruanos. Sin
embargo no existe sanciones porque la actual Ley de Radiodifusión deja en manos de los dueños de los medios la
“autorregulación”, que es una farsa conocida y admitida.
Es
insólito que mientras un local púbico
puede ser cerrado por prácticas que se consideren racistas y discriminatorias,
ello no se aplica a los medios de comunicación, que pueden insultar y burlarse
impunemente y no reciben mayor sanción que la social (tenemos el triste
privilegio que un periodista peruano ganó el
premio ‘al artículo más racista del año’ de una organización internacional
que defiende a las organizaciones indígenas). Y si alguna autoridad osa
siquiera cuestionar a un medio, estos inmediatamente reaccionan en conjunto,
alegando un supuesto atentando a la libertad de expresión, que en realidad no
es más que libertad de empresa.
Cuando se habla de la crisis
de nuestro sistema educativo se suele soslayar el rol de los medios de
comunicación en la formación de valores y prácticas ciudadanas y de una
conciencia intercultural. Y no porque creamos a estas alturas en teorías como
la de la aguja hipodérmica o de la influencia directa de los medios en el
comportamiento humano, descartadas por su determinismo y unidireccionalidad; lo
que no significa, empero, obviar el peso de los mensajes mediáticos en el menú
cotidiano, más aún en niños y jóvenes que conviven con ellos y lo reproducen
como algo “normal no más”.
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