por Christian Wiener Fresco
Hace algunas semanas el
Ministro de Cultura, Jorge Nieto Montesinos, anunció la disposición de su despacho
para que en este gobierno se pueda contar, por fin, con una nueva ley de
cinematografía. La noticia fue una grata sorpresa ya que los antecedentes de
ortodoxia neoliberal del Presidente y buena parte de su equipo no parecía muy
prometedor en ese sentido. Claro que ya sabemos también por experiencias
previas que en política del dicho al hecho siempre hay mucho trecho, pero ya es
importante y significativo que exista la convicción y voluntad política expresa
del Ministro, y buena parte del gabinete, por hacerlo esta vez realidad.
Un buen paso a este fin es que
los funcionarios del Ministerio hayan vuelto a convocar a los gremios de cine
para retomar el proyecto que se estuvo discutiendo entre el 2011 y 2012, consensuado
incluso con las empresas de distribuidores y exhibidores, y que finalmente fue
archivado durante la gestión de la ministra Álvarez Calderón ante las previsibles
objeciones del Ministerio de Economía y Finanzas.
Las observaciones de los tecnócratas
del MEF al proyecto de Ley son las conocidas, y que se han repetido en años
anteriores: negativa a la creación de un fondo para la actividad cinematográfica
(pese a que estaría manejado por el ministerio del sector), y a la transferencia del actual impuesto municipal
a la exhibición comercial de cine para financiarlo. Aducen que ello
contravendría los principios de caja
única del Estado y distorsionaría la política tributaria, pero en realidad es
una oposición más ideológica que sustentada en hechos, puesto que existen otros impuestos dirigidos en el país que
financian actividades específicas (como al pasaje en avión interno para
financiar actividades turísticas) y que no han afectado la caja fiscal, como no
sucedería en este caso que apenas representa el 10% del valor del boleto.
Tampoco la medida significaría un
aumento de la carga impositiva a la entrada de cine, ya gravada con el IGV, puesto
que solo cambiaría de destino el viejo impuesto municipal a los “espectáculos
no deportivos”, que beneficia a los
distritos donde hay salas de cine (hoy casi siempre en un Mall) y que en total
debe sumar alrededor de 40 millones de soles al año.
Lo que se busca en realidad es que, como en otras legislaciones, sea la propia actividad cinematográfica comercial la que financie al cine nacional, como es el caso de la exitosa normativa colombiana, promulgada hace 13 años luego de un largo y paciente trabajo de acuerdo entre las partes, e insospechable de intervencionismo estatal. Los resultados de este apoyo están a la vista para quien quiera informarse.
¿Y por qué la necesidad de una
nueva legislación y diferentes ingresos a la normativa existente en el Perú? Porque
la actual Ley, la 26370, dada en los años de Fujimori se ha revelado con el
tiempo insuficiente, incompleta y extremadamente precaria, ya que depende del
erario público, siempre esquivo e incierto, aunque en los últimos años, luego
de la aprobación el 2012 de la modificatoria 29919, se ha venido cumpliendo con
asignar el respectivo presupuesto ascendente a 2008 UIT, luego de más de veinte
años de incumplimiento.
El otro punto que encendió las alarmas de la fanaticada
neoliberal en medios fue plantear la aplicación, no obligatoria, de la cuota de
pantalla, amparado en la cláusula de excepción del Tratado de Libre Comercio
con los Estados Unidos, que permite a los peruanos poder fijar hasta un máximo
de 20% del total de las funciones de cine al año a la producción nacional. Como
se ve, con esta medida preventiva no se infringe ninguna ley sino, otra vez,
principios de supuesto libre mercado, ya que en realidad no estamos en este
caso ante un mercado libre y perfecto, más bien monopolizado por la oferta
hollywoodense, lo que ha provocado la exclusión reiterada del cine peruano no
comercial de sus propias pantallas, como muchos cineastas desde hace años lo
pueden atestiguar.
Tal vez el temor de fondo que
no explicitan los empresarios del sector y sus defensores es que se empodere una
autoridad cinematográfica que no signifique intervencionismo pero si
supervisión de su actividad y, lo más importante, que defienda los intereses
del cine peruano de todos los géneros y procedencia frente a la competencia
exterior, y los intentos por excluirla de su llegada al público en condiciones
similares al resto de la producción mundial.
El
patito feo
Ahora bien, desde un inicio,
cuando se empezó a discutir la necesidad de una nueva legislación para el cine
peruano, pareció claro para los representantes de los gremios que no se trataba
solo de asegurar más presupuesto para producir películas, que también nos
dotemos de una norma integral, ya que el cine o audiovisual en estos tiempos
digitales, es una problemática amplia y compleja, que abarca muchos más
aspectos que el fondo económico y como repartirlo. Al fin y al cabo esto fue
parte de la intensa polémica que rodeo a la fallida “Ley Raffo” en los años
2009 y 2010, y que dividió al gremio.
Sin embargo, por lo que parece,
el documento final que el Ministerio de Cultura viene discutiendo con los
cineastas ha eliminado o reducido a lo meramente declarativo una serie de
aspectos que el proyecto de ley desde un principio contempló como parte fundamental
de una visión en conjunto e integral de la cinematografía.
Uno de esos aspectos es el
referido a la “Comisión Fílmica”, para estimular y promover la producción
extranjera en el país, no exclusivamente de documentales, sino filmes de
ficción, series de televisión, etc., aprovechando nuestra rica y diversa
geografía y espacios monumentales. Se ha dicho que ello interferiría con la
labor de Promperú, pero lo cierto es que en casi diez años que se viene
hablando y postergando el tema, esa dependencia
no ha avanzado nada, ni ha propuesto ningún beneficio para atraer a los inversionistas
de afuera, por lo que seguimos a la zaga de otros países de la región mucho más
dinámicos y propositivos al respecto (Chile, Colombia, México, Argentina, Brasil,
Panamá, Venezuela, Cuba). Con ello, cabe anotar, se daría además oportunidades
y empleo a los técnicos y jóvenes para incorporarse a la producción
internacional.
Pero la mayor omisión es lo
concerniente a la creación de la Cinemateca Nacional, que hasta ahora el Perú
carece, convertida en un archivo como el que actualmente existe, sin mayores
atribuciones ni posibilidades para su delicada y esencial labor de rescate,
recuperación, mantenimiento, catalogación, preservación y eventualmente
restauración y difusión de las obras audiovisuales nacionales y extranjeras.
Todo lo cual requiere de infraestructura adecuada, personal técnico calificado
y un presupuesto nada desdeñable. Justamente el año pasado me toco hacer unestudio para el Ministerio de Cultura sobre este tema, analizando las diversasexperiencias de otros países, y la importancia y necesidad de la misma comotarea central del Estado en la defensa y conservación de nuestro amplio patrimoniocultural (lo que no excluye a instituciones privadas, sin que ello signifique
renunciar a la obligación del Ministerio de Cultura al respecto).
La trayectoria previa de la
Biblioteca Nacional en este campo se ha revelado insuficiente e
insatisfactoria, pese a los equipos técnicos que dispone, por lo que se
necesita un organismo aparte y especializado, como sucede en el caso del
Archivo General de la Nación, para no hablar del ejemplo de otros países.
Otro asunto preocupante resulta
dejar de lado la labor de creación de público de todas las edades y condiciones,
indispensable si queremos tener espectadores formados y críticos que puedan
apreciar el cine peruano y de otras latitudes de calidad. Es una gran y
compleja tarea que abarca la escuela como fuera de ella, con programas de
exhibición abierta, foros, talleres, etc.; y donde los colectivos culturales
desde la sociedad civil, léase puntos de cultura entre otros, deben ocupan un rol central (allí podría tener
un importante presencia el canal del Estado). No basta con decir que en
coordinación con el Ministerio de Educación se propiciará la enseñanza del lenguaje
audiovisual y su apreciación crítica en
la educación básica, porque se corre el riesgo de quedar en mero enunciado sin concreción
práctica, como ya sucedía en la actual Ley de Cinematografía.
Tal vez estos temas no
preocupen demasiado a los gremios de cineastas, comprensiblemente más
interesados en disponer de mayores fondos para hacer sus producciones que en
otros aspectos de la actividad no tan rentables, pero ¿y el Ministerio de
Cultura? ¿No debiera ser su mayor preocupación el promover la preservación del
patrimonio y la formación cultural? Es curioso que a este nivel, de alguna
manera se repita también el relegamiento de lo cultural, de forma similar a la
que actúa el MEF al respecto.
Esperamos que los gremios y el
Ministerio recapaciten sobre estos puntos y no lo dejen de lado del trabajo
que vienen realizando por mejorar el proyecto y hacerlo lo más viable posible en lo económico, porque es muy importante que se entienda que es necesario avanzar en un
proyecto de cine conjunto, que atienda toda la problemática del sector para
sacarlo adelante en todos los aspectos (lo que incluye también la
descentralización), no olvidando que el cine es arte, negocio, industria, comunicación,
identidad, memoria y también cultura.
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