Por Christian Wiener Fresco
El
final del año es momento del balance, y el agitado 2019 en el campo
cinematográfico peruano sin duda quedará marcado por el tema de la urgencia,
porque fue precisamente por un Decreto de Urgencia del Ejecutivo, apurado aún
más por la intempestiva renuncia del ministro Petrozzi a la cartera de Cultura,
que finalmente salió a luz este decreto de promoción a la cinematografía nacional como pobre corolario del largo proceso por una Ley de Cine.
No
deja de ser significativo que, ahora sí, no pocos cineastas y hasta
funcionarios reconozcan que lo aprobado es una norma incompleta, con una serie
de vacíos, para no hablar de contradicciones, y que se debe impulsar nuevas leyes
de los otros temas pendientes para
mejorarla, como si la agenda del país tuviera que pasar por estar discutiendo y
sancionando agregados y complementos a la Ley de Cine de forma permanente.
Lo
que sí ha quedado claro es cuál era la urgencia de un importante sector de
cineastas, especialmente productores, con los responsables de la DAFO del
Ministerio de Cultura: obtener más recursos para los concursos (o en todo caso
consolidarlos, porque buena parte de esos dineros ya se cuentan desde hace dos
años con la ampliación presupuestal) y poder ampliar las fuentes def inanciación con la exoneración tributaria a los aportantes a la producción, lo que al final quedó bastante restringido porque el MEF se opuso. Fuera de eso, y
algunas modificaciones puntuales, no hay ningún cambio significativo y urgente en un
decreto que en gran medida, es una continuidad de la Ley anterior.
Eso
no quiere decir que el cine peruano no tenga urgencias, por supuesto que sí, pero
que no fueron atendidas por el Decreto Petrozzi de promoción cinematográfica. La primera de ellas, y la más evidente es la de la exhibición en salas de cine, vistos los incidentes reiterados de varios estrenos peruanos este año, dónde se estrenaron en salas comerciales 34 películas, condenadas varias de ellas acompetir entre sí, carentes de promoción, en horarios infames, y sin posibilidades de continuidad aun cuando la obra hubiera cubierto un importante porcentaje de espectadores. No se quiso incorporar la cuota de pantalla, pese a
que el propio TLC con los Estados Unidos permite limitar hasta un 20% de
producción nacional en la difusión de los productos audiovisuales, ni el mínimo
de mantenimiento, que asegure la continuidad de una película en una sala si
cubre un porcentaje de espectadores previamente acordado. La única propuesta es
establecer la obligatoriedad de un contrato previo entre exhibidores y
productores y distribuidores, desconociendo que en el libre mercado no se puede
imponer contratos a nadie, y que estos, además, no están sujetos a ninguna
sanción, fuera de los engorrosos procedimientos judiciales en la instancia
civil. De paso, no parece haber ningún balance serio y con relación
costo-beneficio sobre la asignación de fondos para la distribución que ha
venido entregado el Ministerio, ahora incluso sin previo concurso, y si resulta
la más efectiva forma de promover el cine peruano en salas.
Otro
tema de enorme urgencia y más bien emergencia es el del rescate, restauración, preservación y difusión de
nuestra memoria audiovisual, que ha avanzado estos años con pies de plomo y
casi a regañadientes por el Estado, pese a que debiera ser una de las
preocupaciones fundamentales para el sector. Como se evidenció este año
con los archivos deteriorados de lo que fuera la Cinemateca Universitaria en la
Universidad Agraria de La Molina, es cada vez más imprescindible la creación de
la Cinemateca Peruana, pero la decisión se sigue postergando buscando
subterfugios como ponerle el nombre a los archivos existentes y
desperdigados del Ministerio de Cultura (sin dotarlos de presupuesto ni
autonomía) al tiempo que la Dirección Desconcertada del mismo ministerio enCusco hace un evento internacional para lanzar, sin mayor claridad de objetivos y alcance, una Cinemateca en la ciudad imperial, como estaba establecido en un Decreto Supremo del año anterior que lo califica como obra emblemática. Casi
podría decirse que la primera urgencia es que se pongan de acuerdo a nivel
gubernamental, y definan una política clara al respecto, antes que se siga
perdiendo nuestra memoria audiovisual.
Una
tercera urgencia es la de la educación cinematográfica, y si bien es cierto el
DU lo menciona en términos más o menos parecidos a los que se consignaba en la
Ley 26370, y que nunca fueron efectivos, nada hay que garantice que en este
caso si se haga realidad la tan necesaria formación audiovisual en la educación
básica, si el Ministerio de Educación no se involucra al respecto, dejando
muchas dudas que su titular no firmara el mencionado decreto. Lo de una Escuela
superior del cine y el audiovisual de carácter público, tan demandado por
muchos, sigue como otra tarea pendiente de la que no se mencionada nada.
Por
cierto que no es menos prioritario, y urgente la demanda de las trabajadoras y
trabajadores del medio, que lejos de ser atendidas, han visto disminuidos sus pocos
derechos consignados en la Ley 26370 (heredado de los tiempos del decreto de
Velasco, la 19327) en relación a los porcentajes mínimos de trabajadores
artistas y técnicos nacionales en las producciones peruanas, y la cantidad de remuneración
propo0rcional que debían percibir, donde claramente se retrocede, disque
en función de “internacionalizar” la producción y abrirla a las coproducciones,
como si estas antes no se dieran. Curiosamente esta lógica no se aplica a la
promoción de la producción extranjera en el país, con la incorporación de
técnicos y artistas nacionales vía Film Commission, donde uno de los reparos es
que podría encarecer el mercado laboral nacional. Tampoco se toma en cuenta, como bien señala el Sindicato, una política de género como se viene impulsando en otras cinematografías, y que atienda las evidentes diferencias, como en su momento se hizo con los realizadores noveles y regionales, respectivamente.
De
último, no era menos importante propiciar la mayor transparencia en la
asignación de los más de veinte millones de recursos públicos, pero no obstante
ello el DU concentra todavía más las decisiones en los funcionarios del
Ministerio de Cultura, incluso casi al mismo nivel del propio ministro como se
explicita en el texto, con la capacidad de decidir casi a dedo la entrega de
una parte de esos recursos, lo que se presta a muchas arbitrariedades y manejos
oscuros, como ya se han venido advirtiendo sin que se presente una aclaración contundente,
ante la negativa de responder en la redes
adoptada por los funcionarios. Parece olvidarse que en el Estado los cargos
nunca son eternos, y que mañana o más tarde pueden llegar personas que abusen
de las prerrogativas que la propia legislación le faculta. Por eso siempre hay
que ponerle límites al poder, en vez de ampliarlo.
Hay pues, urgencias y
emergencias como dirían los médicos y la OMS. Lo aprobado en el DU
correspondería a lo primero, ya que no había riesgo de muerte, no así en los
otros casos, donde muchas cosas pueden perderse inexorablemente, empezando por
nuestra memoria.
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